La brujita Mariola

-¡Buenos días!
Así entraba la brujita Mariola todas las mañanas en clase... pero nadie le contestaba.

-¡Buenos días!
Nunca  se rendía... siempre entraba en clase y le daba los buenos días a todo el mundo... pero nadie le contestaba porque era una Brujita.

Ella no podía evitar ser una brujita, le venía de su familia. Mariola era tatara, tatara, tatara, tatara nieta del Mago Merlín. Su madre era la Gran Bruja Blanca y su padre era el famoso Mago Walknird, el que salvó a todos los pájaros del mundo, de morir abrasados por un maleficio. Sin embargo, todas esas grandes cosas que había hecho la familia de Mariola, eran desconocidas para sus compañeros de clase, quienes se reían por su pinta roja y no querían saber nada de ella por rara, pese a que ella intentaba todos los días hacer amigos.

Sus padres le decían una y otra vez que lo intentara, y ella animada, lo hacía pero sin éxito. Ningún niño quería ser amigo suyo como tampoco los padres de los niños querían ser amigos de los padres de Mariola.

Un día vino un alumno nuevo al colegio y fue a parar a la clase de la Brujita Mariola. Se llamaba Gabriel. Sus padres se habían trasladado a la ciudad por trabajo y Gabriel estaba triste porque había hecho amigos en su anterior colegio y ahora no conocía a nadie.

-¿Qué te pasa, chico nuevo? -le preguntó Mariola.
-Echo de menos a mis amigos. Me llamo Gabriel -dijo el niño estrechándole la mano.

Mariola se alegró tanto de que un niño le estrechara la mano, que le dio un abrazo enorme pero Gabriel no se quejó porque realmente necesitaba ese abrazo. Así es como Gabriel y Mariola se hicieron amigos.

El resto de los niños intentaron advertir a Gabriel.

-¡Ey, niño nuevo! -le dijeron. -Ten cuidado con esa, que es una bruja. Tú no deberías juntarte con una bruja.
-¿Por qué? -preguntó Gabriel.
-Porque las brujas son peligrosas. -le contestaron los niños.
-Pues a mí no me lo ha parecido.


Resultado de imagen de luciernagaActo seguido, Gabriel y Mariola se fueron a jugar juntos. Mariola le enseñó a Gabriel dónde se esconden las luciérnagas porque éstas alumbran a los duendes cuando se pierden. Gabriel conoció, gracias a Mariola, a una preciosa ninfa que cantaba como un ángel. Aprendió a encantar plantas, a hablar con los animales, a entender el lenguaje de los gnomos y, lo que más le divertía a Gabriel, aprendió a volar en la escoba, como hacen todas las brujas.

Se lo pasó tan... pero ¡tan bien! con Mariola, que no entendía cómo todos los niños de la clase la habían rechazado... ¡con lo divertida que es!

Un día se lo preguntó a Mariola. A ella se le llenaron los ojos de lágrimas.

-No sé por qué no me quieren, -dijo. Yo lo he intentado todo pero no hay nada que hacer.

A Gabriel le preocupó ver tan triste a su amiga. Así que se le ocurrió una idea. Decidió hacer un concurso de saltos. Nadie, en aquel colegio se resistía a jugar al concurso de saltos, ni siquiera participando Mariola. Gabriel sabía que si participaba Mariola, acabarían por saber lo divertida que es y no podrían resistirse a jugar con ella.

Era una gran idea convocar a los niños a algo que les gustaba mucho. Tal y como predijo Gabriel, no repararon en que Mariola se había apuntado al concurso. Simplemente se limitaron ensayar sus saltos más grandes para el gran día.

Cuando llegó el día, empezaron todos a dar sus saltos más grandes. Rubén saltó ¡medio metro! Todos los chicos aplaudieron como locos. Marisa saltó 45 cm... los niños aplaudían todavía más fuerte. Miguel saltó 47 cm. Adriana saltó 67.... eran unos saltarines increíbles. A los niños les encantaba saltar y ver a otros niños saltar y llegar tan alto...

Entonces llegó el momento de Mariola. Todos los niños se pusieron serios. No le prestaban la atención porque no les caía bien Mariola y además no pensaran que fuera a saltar ni tres palmos del suelo. Pero Mariola se agachó y se impulsó y empezó a subir y subir y subir... y de repente los niños empezaron a preguntarse hasta dónde llegaría. Mariola subía y subía y los niños asombrados miraban a Mariola.  Llegó a saltar nada más y nada menos que ¡veinte metros!

Los niños se quedaron tan asombrados que cuando Mariola llegó al suelo empezaron a aplaudir como locos y le dieron el premio a ella.

Pero lo más divertido no fue aquello. Fue que uno de los niños, Rubén, le preguntó que cómo lo había hecho y ella les explicó el truco mágico.

-Es muy sencillo. Lo único que tienes que hacer es decir "alambrita" y chascar los dedos antes de saltar... y entonces saltas muy alto.

Rubén hizo la prueba y llegó a saltar nada más y nada menos que ¡Siete metros!

Tanto les gustó el truco a todos niños que empezaron a ensayar con la palabra mágica.

A partir de entonces, los niños, que se habían dado cuenta de que Mariola era estupenda, se hicieron amigos de ella y se lo pasaron pipa. A partir de entonces los niños de aquel colegio decidieron que no volverían a rechazar a una persona sin conocerla antes.

Mariola ahora está muy contenta de todos los amigos que tiene. Pero su mejor amigo es Gabriel.

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