La Flor Triste
Un día, cierta abeja iba volando en busca de polen para la colmena. Todas sus compañeras se habían levantado temprano para trabajar pero a ella no le había sonado el despertador y se había quedado dormida. Así que todas las flores estaban ya ocupadas con abejas recogiendo el polen. Nuestra amiga no sabía en qué flor parar y vio de lejos una muy pequeña que tenía todos los pétalos envueltos hacia el centro y no podía verse. La abeja, que era muy lista, sabía que si era educada con la flor, ésta le permitiría entrar entre sus pétalos y recoger polen.
—¡Buenos días, Flor! ¿Podrías dejarme entrar entre tus pétalos para recoger un poco de polen, por favor?
La flor abrió uno de sus pétalos para que pudiera entrar la abeja. Cuando la abeja entró se quedó asombrada porque tenía muuucho polen.
—Muchas gracias, flor.
—De nada —contestó triste.
A la abeja le pareció que la flor estaba un poco apagada. Lo comprobó unos segundos después cuando vió que sollozaba un poco.
—¿Qué te pasa, flor? ¿Te puedo ayudar en algo?
—A mí no me puede ayudar nadie. —Contestó la flor apesadumbrada. —Lo mío no tiene arreglo.
—¿Y qué es lo que tienes? ¿Estás enferma?
—No
—¿Te han hecho daño?
—No
—¿Entonces, qué te pasa?
—Pues que soy una flor fea. Todas las flores de esta zona son bonitas menos yo.
La abeja comprendió enseguida por qué la flor tenía los pétalos enrollados sobre sí misma. En realidad, no quería ser vista porque temía que alguien se riera de ella.
—¿Y por qué piensas que eres una flor fea?
—Mira a todas mis vecinas: sus pétalos son grandes y coloridos, son rosas, moradas, de todos los colores y son delicadas, bonitas... son perfectas. En cambio yo...
—¿Y eso es lo que te hace tan triste? —le respondió la abeja—
—Si, nadie me va a querer con lo fea que soy.
—¿Quién te ha dicho eso?
—Todas las flores lo dicen: "si no eres bonita, nadie te quiere".
La abeja cogió un poco de polen de la flor y lo probó. Tenia el sabor del polen silvestre que es el que está más rico.
—¿Y por qué tenéis la falsa creencia de que si no sois coloridas y llamativas nadie os va a querer? El amor no entiende de bellezas. Muchas de mis compañeras abejas se han enamorado de flores de todo tipo: grandes, pequeñas, amarillas, azules... ¿Por qué no ibas a ser querida? ¿Por tus pétalos? Tus pétalos no tienen importancia. Tus pétalos no eres tú. Te diré algo: tienes el polen más rico que he probado en mi vida. Ya por eso, te quiero bastante. Has salvado mi jornada porque tienes mucho polen. Yo diría que eres la flor con más polen de todo el jardín. Me siento afortunada por eso. Además eres amable. Incluso aunque estabas triste, me has dejado entrar entre tus pétalos y coger polen. Yo diría que tienes muchas características para ser querida.
Cuando escuchó esto, la flor desenrolló un poco sus pétalos y a la abeja le entró el calorcito de los rayos de sol. Cuando entró la luz, se dió cuenta de que la flor era completamente blanca. Tenía unos pétalos delicados y suaves.
—¿Quién te ha dicho que no eres guapa?—Le preguntó la abeja a la flor.
—Aquella rosa de allí. Me dijo que yo era una flor blanca simplona y, claro, como ella es tan bonita, con esos pétalos tan increíbles que tiene...
La abeja se asomó y miró a la rosa que había causado toda esa tristeza.
—Bueno, sí, es bonita pero que ella sea bonita no te convierte a ti en una flor fea. Ni a los insectos nos convierte en tontos.
—¿Qué quieres decir, abeja? —Le preguntó la flor interesada, limpiándose una lágrima que salía de uno de sus pistilos.
—Pues que muchos insectos volarán hacia la rosa, eso no te lo discuto. Se sentirán atraídos por ella y se pelearán por posarse entre sus delicados pétalos. Pero muchos otros querrán estar contigo porque eres perfecta para ellos, por tu amabilidad, por tu personalidad, por tus suaves pétalos blancos que, no sé si te has fijado pero, cuando entra el sol y se refleja en tus pétalos, te iluminas como una luciérnaga.
—¿Ah, Si? —dijo la flor más animada
—Claro que si... lo que pasa es que como piensas que ningún insecto te va a querer, has cerrado tus pétalos y claro, así nadie podía verte y por eso pasas desapercibida. Cuando abras tus pétalos de par en par, orgullosa de lo que eres estoy segura de que tendré que pelearme con más de una compañera para poder aterrizar en ti. Además, la belleza es de muchas formas. No hay que ser una rosa para acaparar toda la belleza del mundo. Las flores blancas también son bonitas. A mí me encantan las flores blancas.
La flor empezó a abrir tímidamente sus pétalos y de repente toda la luz que llegaba sobre ellos, iluminaba toda la zona. Muchas abejas, se percataron de esos brillos y se acercaron hasta la flor y cuando veían a la abeja le decía ¿Está ocupada? y la abeja les contestaba que sí, que estaba ocupada.
—¿Ves? —le dijo la abeja a la flor—. Quizá no tengas el tipo de belleza de tu vecina la rosa pero a los insectos nos gustan todas las flores, ¡todas! y cada flor es un mundo por descubrir que está lleno de tesoros increíbles y todas, ¡todas! sois interesantes.
A la flor, poco a poco, se le fue quitando la tristeza.
—¿Tú crees?
—No lo creo, es verdad. Y te diré algo más. Quizá los insectos nos sintamos atraídos por las flores bonitas. Eso quiere decir que una flor como esa es posible que atraiga más insectos que tú... pero tiene las mismas posibilidades de ser querida que tú porque los insectos nos enamoramos de las flores que son amables, que son inteligentes, que se puede estar con ellas, disfrutar del sol, tener una buena conversación... incluso hasta me atrevería a decir que las flores sencillas tenéis más suerte que las flores bonitas.
—¿Por qué?
—Porque vuestras relaciones son más auténticas.
—¿Por qué dices eso? —preguntó la flor interesada.
—Porque cuando una flor es muy bonita, sí, es verdad, muchos insectos quieren conocerla pero porque es bonita, porque tiene fama... algunos insectos querrán estar con ella porque así presumen con otros insectos... pero cuando una flor es más sencilla no ocurre nada de eso. Se trata de flores sencillas que conocen insectos sencillos, que tienen gustos parecidos, que ven la vida de la misma manera y que incluso pueden disfrutarla, juntos. Yo diría que una flor como tú tiene muchas posibilidades de ser muy feliz... pero si cierras tus pétalos te cierras todas las posibilidades ¿no te parece?
—Tienes razón, abejita. Llevo tantos días triste que no abría los pétalos nunca y estaba esperando a marchitarme y olvidarme del amor.
—No hagas eso, flor porque la vida no es sólo esperar a que venga un insecto para empezar a ser feliz. La felicidad empieza ahora. Quiero que veas una cosa ¿puedes levantar un poco la cabeza?
—Si, claro.
—Pues mira hacia allí.
La flor levantó la cabeza y, por encima de la hierba vio un arcoiris precioso.
—¡Hala! Nunca había visto eso tan bonito ¿qué es?
—Eso es un arcoiris y es lo que te pierdes cuando cierras tus pétalos. No te preocupes más por los insectos porque es el momento de vivir la vida, de disfrutar todo lo posible, de bailar con el viento, a la luz del sol y, si puedes, cuando sea de noche, no te cierres porque vas a ver una cosa increíble.
—Ah ¿si?
—Si, resulta que por la noche, cuando el sol se va, viene otro sol que se llama luna que las flores nunca lo habéis visto porque os dormís. Te impresionará cuando lo veas.
—¡Vale, lo haré!
Toda la tristeza que tenía la flor se esfumó porque de repente entendió que incluso aunque la rosa hubiera tenido la razón (que por supuesto no la tenía) y nadie hubiera querido a la flor, aún así ella podía ser feliz y disfrutar de la vida porque la abeja se lo había enseñado.
—Abeja, muchas gracias, me has enseñado a ser feliz. Te quiero mucho por eso.
La abeja le sonrió y le dió un abrazo de alas, que es como un abrazo de los que nos damos los humanos pero con sus alas.
—Gracias a ti, flor bonita. Me llevo el polen de más calidad de todo el jardín. Me siento muy afortunada por haberme quedado dormida hoy y haberte conocido por eso. Yo también te quiero mucho.
La abeja y la flor fueron amigos toda la vida. La abeja iba siempre a esa flor a recoger el polen y le dieron un premio en la colmena por traer el polen más rico del mundo. A veces, la abeja tenía que hacer cola porque muchos insectos querían conocer a aquella flor tan interesante que siempre era feliz y eso la convirtió en la flor más atractiva del jardín.
Si te gustó este cuento y piensas que puede ayudar a tu pequeño, quizá te interese este curso:
—¡Buenos días, Flor! ¿Podrías dejarme entrar entre tus pétalos para recoger un poco de polen, por favor?
La flor abrió uno de sus pétalos para que pudiera entrar la abeja. Cuando la abeja entró se quedó asombrada porque tenía muuucho polen.
—Muchas gracias, flor.
—De nada —contestó triste.
A la abeja le pareció que la flor estaba un poco apagada. Lo comprobó unos segundos después cuando vió que sollozaba un poco.
—¿Qué te pasa, flor? ¿Te puedo ayudar en algo?
—A mí no me puede ayudar nadie. —Contestó la flor apesadumbrada. —Lo mío no tiene arreglo.
—¿Y qué es lo que tienes? ¿Estás enferma?
—No
—¿Te han hecho daño?
—No
—¿Entonces, qué te pasa?
—Pues que soy una flor fea. Todas las flores de esta zona son bonitas menos yo.
La abeja comprendió enseguida por qué la flor tenía los pétalos enrollados sobre sí misma. En realidad, no quería ser vista porque temía que alguien se riera de ella.
—¿Y por qué piensas que eres una flor fea?
—Mira a todas mis vecinas: sus pétalos son grandes y coloridos, son rosas, moradas, de todos los colores y son delicadas, bonitas... son perfectas. En cambio yo...
—¿Y eso es lo que te hace tan triste? —le respondió la abeja—
—Si, nadie me va a querer con lo fea que soy.
—¿Quién te ha dicho eso?
—Todas las flores lo dicen: "si no eres bonita, nadie te quiere".
La abeja cogió un poco de polen de la flor y lo probó. Tenia el sabor del polen silvestre que es el que está más rico.
—¿Y por qué tenéis la falsa creencia de que si no sois coloridas y llamativas nadie os va a querer? El amor no entiende de bellezas. Muchas de mis compañeras abejas se han enamorado de flores de todo tipo: grandes, pequeñas, amarillas, azules... ¿Por qué no ibas a ser querida? ¿Por tus pétalos? Tus pétalos no tienen importancia. Tus pétalos no eres tú. Te diré algo: tienes el polen más rico que he probado en mi vida. Ya por eso, te quiero bastante. Has salvado mi jornada porque tienes mucho polen. Yo diría que eres la flor con más polen de todo el jardín. Me siento afortunada por eso. Además eres amable. Incluso aunque estabas triste, me has dejado entrar entre tus pétalos y coger polen. Yo diría que tienes muchas características para ser querida.
Cuando escuchó esto, la flor desenrolló un poco sus pétalos y a la abeja le entró el calorcito de los rayos de sol. Cuando entró la luz, se dió cuenta de que la flor era completamente blanca. Tenía unos pétalos delicados y suaves.
—¿Quién te ha dicho que no eres guapa?—Le preguntó la abeja a la flor.
—Aquella rosa de allí. Me dijo que yo era una flor blanca simplona y, claro, como ella es tan bonita, con esos pétalos tan increíbles que tiene...
La abeja se asomó y miró a la rosa que había causado toda esa tristeza.
—Bueno, sí, es bonita pero que ella sea bonita no te convierte a ti en una flor fea. Ni a los insectos nos convierte en tontos.
—¿Qué quieres decir, abeja? —Le preguntó la flor interesada, limpiándose una lágrima que salía de uno de sus pistilos.
—Pues que muchos insectos volarán hacia la rosa, eso no te lo discuto. Se sentirán atraídos por ella y se pelearán por posarse entre sus delicados pétalos. Pero muchos otros querrán estar contigo porque eres perfecta para ellos, por tu amabilidad, por tu personalidad, por tus suaves pétalos blancos que, no sé si te has fijado pero, cuando entra el sol y se refleja en tus pétalos, te iluminas como una luciérnaga.
—¿Ah, Si? —dijo la flor más animada
—Claro que si... lo que pasa es que como piensas que ningún insecto te va a querer, has cerrado tus pétalos y claro, así nadie podía verte y por eso pasas desapercibida. Cuando abras tus pétalos de par en par, orgullosa de lo que eres estoy segura de que tendré que pelearme con más de una compañera para poder aterrizar en ti. Además, la belleza es de muchas formas. No hay que ser una rosa para acaparar toda la belleza del mundo. Las flores blancas también son bonitas. A mí me encantan las flores blancas.
La flor empezó a abrir tímidamente sus pétalos y de repente toda la luz que llegaba sobre ellos, iluminaba toda la zona. Muchas abejas, se percataron de esos brillos y se acercaron hasta la flor y cuando veían a la abeja le decía ¿Está ocupada? y la abeja les contestaba que sí, que estaba ocupada.
—¿Ves? —le dijo la abeja a la flor—. Quizá no tengas el tipo de belleza de tu vecina la rosa pero a los insectos nos gustan todas las flores, ¡todas! y cada flor es un mundo por descubrir que está lleno de tesoros increíbles y todas, ¡todas! sois interesantes.
A la flor, poco a poco, se le fue quitando la tristeza.
—¿Tú crees?
—No lo creo, es verdad. Y te diré algo más. Quizá los insectos nos sintamos atraídos por las flores bonitas. Eso quiere decir que una flor como esa es posible que atraiga más insectos que tú... pero tiene las mismas posibilidades de ser querida que tú porque los insectos nos enamoramos de las flores que son amables, que son inteligentes, que se puede estar con ellas, disfrutar del sol, tener una buena conversación... incluso hasta me atrevería a decir que las flores sencillas tenéis más suerte que las flores bonitas.
—¿Por qué?
—Porque vuestras relaciones son más auténticas.
—¿Por qué dices eso? —preguntó la flor interesada.
—Porque cuando una flor es muy bonita, sí, es verdad, muchos insectos quieren conocerla pero porque es bonita, porque tiene fama... algunos insectos querrán estar con ella porque así presumen con otros insectos... pero cuando una flor es más sencilla no ocurre nada de eso. Se trata de flores sencillas que conocen insectos sencillos, que tienen gustos parecidos, que ven la vida de la misma manera y que incluso pueden disfrutarla, juntos. Yo diría que una flor como tú tiene muchas posibilidades de ser muy feliz... pero si cierras tus pétalos te cierras todas las posibilidades ¿no te parece?
—Tienes razón, abejita. Llevo tantos días triste que no abría los pétalos nunca y estaba esperando a marchitarme y olvidarme del amor.
—No hagas eso, flor porque la vida no es sólo esperar a que venga un insecto para empezar a ser feliz. La felicidad empieza ahora. Quiero que veas una cosa ¿puedes levantar un poco la cabeza?
—Si, claro.
—Pues mira hacia allí.
La flor levantó la cabeza y, por encima de la hierba vio un arcoiris precioso.
—¡Hala! Nunca había visto eso tan bonito ¿qué es?
—Eso es un arcoiris y es lo que te pierdes cuando cierras tus pétalos. No te preocupes más por los insectos porque es el momento de vivir la vida, de disfrutar todo lo posible, de bailar con el viento, a la luz del sol y, si puedes, cuando sea de noche, no te cierres porque vas a ver una cosa increíble.
—Ah ¿si?
—Si, resulta que por la noche, cuando el sol se va, viene otro sol que se llama luna que las flores nunca lo habéis visto porque os dormís. Te impresionará cuando lo veas.
—¡Vale, lo haré!

—Abeja, muchas gracias, me has enseñado a ser feliz. Te quiero mucho por eso.
La abeja le sonrió y le dió un abrazo de alas, que es como un abrazo de los que nos damos los humanos pero con sus alas.
—Gracias a ti, flor bonita. Me llevo el polen de más calidad de todo el jardín. Me siento muy afortunada por haberme quedado dormida hoy y haberte conocido por eso. Yo también te quiero mucho.
La abeja y la flor fueron amigos toda la vida. La abeja iba siempre a esa flor a recoger el polen y le dieron un premio en la colmena por traer el polen más rico del mundo. A veces, la abeja tenía que hacer cola porque muchos insectos querían conocer a aquella flor tan interesante que siempre era feliz y eso la convirtió en la flor más atractiva del jardín.
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